Manuel Belgrano. La firmeza de los principios.
19.06.2014 17:57Belgrano no es el héroe de una fábula histórica. Su entrega total a la Patria fue real: no fue ingenua ni impostada, aunque al decir de Ricardo Caillet Bois, “su desinterés rayó en lo increíble”. Hombre enérgico y decidido, libró su propia batalla personal al sobreponerse con una determinación admirable a las enfermedades que minaron su salud. Cuál fue entonces la fuerza que le impulsó aún así para decir siempre “presente”. La seguridad que el mismo tenía en sus valores.
Manuel Belgrano: La firmeza de los principios
“Nadie me separará de los principios que adopté. Cuando me decidí a buscar la libertad de la patria amada; y como este es sólo mi objeto; no las glorias, no los honores, no los empleos, no los intereses, estoy cierto de que seré constante en seguirlos", escribía Manuel Belgrano en su autobiografía.
Aquel joven porteño que consagró su existencia al anhelo de construir una nueva realidad política capaz de otorgar a los habitantes mejores condiciones de vida asentó su fortaleza anímica (físicamente su situación fue constantemente precaria) en una serie de principios que exteriorizó modestia y sinceridad y que legitimó con la contundencia de sus propias obras.
Así lo demostró a la hora de enfrentar las vacilaciones de los gobiernos en el momento de avanzar por el camino de la Emancipación.
Pudo ser un acomodado funcionario, un abogado de abundantes pleitos y buscando consejo, pero prefirió ceñir la espada y convertirse en comandante de la Revolución. Supo hacer de las milicias harapientas y mal armadas, ejércitos inspirados por la mística de una patria distinta, viviendo en condiciones precarias, padeciendo crueles enfermedades y soportando los dolores de la incomprensión.
Cuando se le concedieron premios, los rechazó para construir escuelas, y cuando recibió con retraso sus magros sueldos, los utilizó para aliviar las penurias de los demás.
La materialización de su ideario fue precedido por este tipo de gestos nacidos de su mente lúcida y la firmeza de su conducta.
De muy pocos puede decirse como de él: detentando poder rechazó honores, vivió pobre, humildemente, con autoridad, sin ambiciones personalistas.
Dos años después de la Revolución de Mayo, de la que participó en su preparación, eclosión y popularización, como precursor, actor y difusor de su ideario, el 27 de febrero de 1812, enarbolaba por primera vez la bandera nacional en el caserío "del Rosario", otro jalón en el logro de su más noble aspiración: el "mejoramiento de los pueblos", convencido, según sus palabras, de que "el camino seguro de la libertad es la lucha por el bienestar social".
En ese cometido se desempeñó como sembrador de ideas, publicista, estadista, educador, organizador, militar y diplomático, y padeció un sinnúmero de privaciones, renunciando a aspiraciones personales.
Nada lo distrajo de la causa de la humanidad y por lo tanto no eludió los problemas sociales más acuciantes de su tiempo: entre ellos la pobreza y el analfabetismo, proponiendo como camino más eficaz el trabajo como formador de autonomía y posibilidades de crecimiento.
Hacer de la Patria una bandera
Una de las historiadoras rosarinas que se dedicó con más énfasis a la vida y obra del creador de la Bandera fue la doctora Patricia Pascuali. Con el apasionamiento y la agudeza que le eran característicos afirmó que Belgrano supo ver que para hacer de la Revolución una gesta colectiva era preciso extender los sentimientos de libertad hacia los pueblos del interior del virreinato, venciendo al mismo tiempo los recelos hacia los porteños. “Había que hacer de esa Patria una Bandera, tras la cual se encolumnaran sectores sociales”… afirma Pasquali. Fue precisamente Belgrano quien con clarividencia y frente a la actitud vacilante de los primeros gobiernos patrios y la cautela diplomática prefirió inculcar a los pueblos el espíritu de lucha haciendo de la Patria una Bandera.
Con diez hombres como Belgrano…
Que el recuerdo de Belgrano ayude a la sociedad Argentina de hoy a seguir su senda; a posponer ambiciones mezquinas para dar lugar al compromiso cívico, en bien de un país que hoy más que nunca necesita del esfuerzo de cada uno de sus hijos.
Ricardo Rojas escribió hacia 1920: “Demoledores nos sobran: fueron arquitectos de la nueva morada lo que nos faltó. Con diez hombres como Belgrano la democracia argentina aparecería en su génesis menos envuelta en sombras de caos y sangre de tragedias”.
Su muerte
El más grande sembrador de las ideas revolucionarias de la causa de Mayo, y el más heroico de los civiles con grado militar, afectado por una aguda hidropesía llegó a su casa natal de Buenos Aires, y veinticinco días antes de morir redactó su testamento. Callado, sereno, humilde y tranquilo, aún cuando la realidad parecía indicar que todo por lo que había luchado parecía sucumbir en una terrible guerra fratricida, vivió sus últimos días sin reclamar de sus compatriotas reconocimientos y honores.
El creador de la enseña patria falleció a las 7 de la mañana del día 20 de junio de 1820. Había ingresado a la Revolución con una buena posición económica y salía de ella con la mayor pobreza, sus hermanos debieron costear el entierro. El prócer había entregado su última pertenencia material, un reloj, a su médico Redhead, como pago de sus servicios momentos antes de morir. Obedeciendo a su expreso deseo, fue sepultado en la plazoleta de dicho convento, sin honras fúnebres, porque el Cabildo de Buenos Aires, inmerso en una profunda convulsión política, argumentó que no tenía los fondos necesarios.
El mejor tributo que podemos hacer en su homenaje al cumplirse 244 años de su natalicio y 194 años de su fallecimiento es contribuir que nuestra Patria se encuentre cada vez más distantes de su exclamación “Ay, Patria Mía”, ilustrativa de su preocupación por las guerras civiles y el enfrentamiento de los argentinos en el momento de su muerte, y más cerca de aquella: “Espero que los buenos ciudadanos sabrán en adelante salvar sus diferencias”, como expresión de deseo de la tan anhelada unidad nacional para el bienestar social e individual.
Manuel Belgrano es para la Argentina:
El precursor de la Revolución y la Emancipación.
El vocal de la Primera Junta de Mayo.
El primer estadista.
El primer diplomático.
El primer economista.
El primer educador.
El encargado de llevar la causa al Litoral.
El creador de los primeros símbolos patrios: la Escarapela y la Bandera Argentina.
El estratega que salvó al centro norte del país de una invasión realista.
El primer conciliador.
El testimonio de dos personas que acompañaron al prócer
Entre sus muchos contemporáneos, existen dos testimonios que lo representan en su momento de jefe de la Revolución y hombre de una profunda humanidad. Uno el trazado por el general José María Paz, quien se formó a su lado. Él dice en sus Memorias: "El general Belgrano, sin embargo de su mucha aplicación, no tenía, como él mismo lo dice, grandes conocimientos militares; pero poseía un juicio recto, una honradez a toda prueba, un patriotismo el más puro y desinteresado, el más exquisito amor al orden, un entusiasmo decidido por la disciplina y un valor que jamás se ha desmentido". Y agrega, con referencia a los momentos difíciles vividos por el Ejército del Norte, que precedieron a la gloriosa victoria de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812: "El puesto del general Belgrano, durante toda la retirada, es eminente. Por críticas que fueran nuestras circunstancias, jamás se dejó sobrecoger por el terror que suele dominar a las almas vulgares, y por grande que fuese su responsabilidad, la arrostró con una constancia heroica. En las situaciones más peligrosas, se manifestó digno del puesto que ocupaba, alentando a los débiles e imponiendo a los que suponía pusilánimes, aunque usando a veces una causticidad ofensiva. Jamás desesperó de la salud de la patria, mirando con la más marcada aversión a los que opinaban tristemente. Dije antes que estaba dotado de un gran valor moral, porque efectivamente no posee el valor brioso de un granadero, que hace muchas veces a un jefe ponerse al frente de una columna y precipitarse sobre el enemigo. En lo crítico del combate, su actuación era concentrada, silenciosa, y parecían suspensas sus facultades; escuchaba lo que le decían, y seguía con facilidad las indicaciones racionales que se le hacían; pero cuando hablaba, era siempre en el sentido de avanzar sobre el enemigo, de perseguirlo, o si era él el que avanzaba, de hacer alto y rechazarlo".
Y expresa más adelante, en relación con su probidad moral como funcionario: "Su pureza en el manejo de los caudales públicos, su desinterés, su rectitud, puede decirse que no sólo dio nervio a la Revolución; no sólo la generalizó, sino que le dio crédito y la ennobleció. .Era sencillo en sus costumbres, sumamente llano en sus vestidos, parco en su mesa, moderadísimo en todos sus gastos".
El otro testimonio es el del comerciante José Celedonio Balbín, proveedor de servicios para el ejército, quien en carta al general Mitre escrita cuarenta años después de la muerte del prócer, se referiría a su rectilínea conducta: "El general era muy honrado, desinteresado, recto, perseguía el juego y el robo en su ejército, no permitía que se le robase un solo peso al Estado, ni que se le vendiese más caro que a otros”.
La vigencia de Belgrano según Sarmiento
"Belgrano aparece en la escena política sin ostentación, y desaparece de ella sin que nadie lo eche de menos, y muere olvidado, oscurecido y miserable. Casi treinta años transcurren sin que se pronuncie su nombre para nada, y la generación presente ignoraba casi que Belgrano fue el vencedor de Tristán en Salta, derrotado en Vilcapugio, Ayo-huma, Paraguay y otros lugares.
Pero llega la época en que la conciencia pública se despierta, y vuelve sus ojos al pasado para honrar el patriotismo puro, la abnegación en la desgracia, la perseverancia en el propósito y la lealtad a los buenos principios, en el colmo del poder, hastiada como está la opinión con el espectáculo de esos héroes de mala ley que le piden el sacrificio perdurable de sus libertades, en cambio de la buena fortuna de una hora, y la noble figura de Belgrano comienza a sacudirse del polvo del olvido que la cubría, y a mostrarse espléndida de las dotes y virtudes que pide el pueblo, a fin de ver reflejadas en los objetos de su culto sus propias aspiraciones.
Belgrano es el espejo de una época grande. Poco ha hecho que cada uno no se crea capaz de hacer, y sin embargo el conjunto de la vida de Belgrano constituye, por decirlo así la Revolución de la Independencia, de que San Martín fue el brazo y Rivadavia el Legislador. Belgrano era la América ilustrada hasta donde podía estarlo entonces la América inexperta en la guerra, pero dispuesta a vencer, Belgrano, joven va a estudiar a Europa, y antes que Bolívar, Alvear, San Martín, trajeran el arte de vencer, trae las buenas ideas sociales, el deseo de progreso y de cultura, la conciencia de los principios de libertad que debían requerir luego el auxilio de aquellas espadas”.
Autor: A. De Marco (h)